EL ZAPAL: UN BARRIO DE CHABOLAS EN BARBATE
Antonio Aragón Fernández
Cuando hablamos de "el Zapal" nos referimos al barrio de chabolas que existió en lo que hoy es el centro del pueblo, aunque en realidad llegaron a coexistir dos zapales: "el Zapal grande" (este de que hablamos), y "el Zapal chico" (luego conocido por las Casetas del Río).
Es bastante probable que el término “Zapal” sea importado por las gentes de "poniente" que venían a la almadraba de Barbate. Surgida del ceceo característico de buena parte de la Andalucía oceánica, la palabra original es “sapal”, término de origen portugués trasladado por vecindad hasta Ayamonte, y que significa “marisma”. El padre Miravent utiliza el término hacia 1850 en su historia de La Higuerita, indicando que el pueblo iba creciendo a costa de ciertos terrenos, pues “…se van terraplenando sapales, y formando sitios de nuevo”[1] . En el diccionario geográfico-estadístico de Pascual Madoz, que vio la luz por aquellos años, en la voz Ayamonte, puede leerse: “...carece de pastos naturales, y por tanto los ganados se alimentan en los pinares, y algunos meses en los zapales y marismas”. Madoz recopiló informes procedentes de pueblos y ciudades, por lo cual es evidente que la voz "zapal" era muy común en Ayamonte. A Barbate, principalmente a sus almadrabas, como decíamos, vinieron muchos de Isla Cristina (La Higuerita) y de Ayamonte, gente con experiencia en el mundo de la mar, lo cual podría explicar la denominación del lugar. Y esto sin descartar que también es probable que sean los propios portugueses aquí instalados los que den nombre al barrio, pues también los hubo en Barbate relacionados con la pesca del atún[2], y desde incluso mucho antes.
Una vez explicada la referencia, comenzamos.
A principios del siglo XX, Barbate se hallaba en pleno proceso de cambios. La pesca tradicional apenas había posibilitado, durante el siglo anterior, progreso alguno en el pueblo, pero la instalación de una almadraba desde 1874 atrajo a personas de diferentes lugares de España y de Portugal, y muchos de esos inmigrantes optaron por permanecer en el pueblo a la vista de las otras oportunidades derivadas de la pesca que se les ofrecían. En concreto, la principal posibilidad de trabajo venía dada por las facilidades pesqueras que ofrecía la costa marroquí en virtud del protectorado ejercido por España en Marruecos. En resumidas cuentas, la almadraba barbateña dio a conocer Barbate, y gran parte de los que acudieron atraídos por ella, a falta de otra cosa mejor, decidieron quedarse.
Esta inmigración rompía el esquema seguido históricamente por el pueblo hasta entonces. Lo usual había sido una instalación de vecinos de Conil o Vejer, municipio este último del que Barbate dependía administrativamente, a veces de forma temporal en los meses cálidos. Ahora, la arribada de vecinos llegaba para quedarse, siquiera tímidamente, de manera que Barbate apenas superaba los 2.000 habitantes al despuntar el siglo XX. Pero la corriente se incrementó entonces, produciéndose un gran revulsivo tras la I Guerra Mundial impulsado por el colapso de los mercados europeos a consecuencia del conflicto. De golpe, Barbate se vio en una inmejorable posición para albergar una industria conservera y de exportación. Factores coadyuvantes fueron los nuevos inventos de la era contemporánea. Puede decirse que Barbate es un pueblo nacido al socaire de la industralización del país: la posibilidad de conservar el pescado en envases de latón fue decisiva, dada la distancia a la que se encontraba el pueblo de los grandes mercados.
Pero la instalación de industrias, pese a la mecanización, necesitaba de un gran aporte de mano de obra, la cual no se hallaba en Barbate, por lo que acudieron inmigrantes de todos los rincones de España. Las oportunidades fueron múltiples, y ello en un país repleto de conflictos laborales y desigualdades, y con una agricultura, base tradicional de la economía, en proceso de cambio. Barbate representaba una ocasión inmejorable y muchos la aprovecharon. Los hombres trabajaban en la mar o en los distintos sectores de servicios anejos a la industria; mientras las mujeres lo hacían en las numerosas fábricas, más de veinte, que llegó a tener el pueblo.
Hacia el año 1925, nuestro pueblo tenía una población que superaba los 8.000 habitantes, la mayoría de los cuales habían arribado al mismo en los últimos seis años. Era más de lo que podía digerir. La gente que llegaba venía prácticamente con lo puesto, sin medios algunos para comprar un terreno y construirse una casa. Entonces no existían las viviendas sociales, ni se vendían pisos. En la mayoría de los casos eran los mismos dueños e inquilinos quienes construían la casa.
De esta forma, sin más opciones, se fueron levantando, en la zona más olvidada y próxima a la playa, conocida desde no se sabe cuando por EL ZAPAL, una serie de chozas de paja, primero, y chabolas confeccionadas con trozos de madera, chapa y otros restos más tarde. A medida que nuevos inmigrantes llegaban, iban haciendo su pequeña vivienda, si es que se podía llamar así, y aumentando la población en las chabolas. Hubo un momento en que la población de El Zapal parecía superar al resto y, aunque, los que podían y querían ahorrar cambiaban el lugar por uno más habitable, otros venían de fuera a ocupar su hueco, de manera que parecía imposible que se acabase con el chabolismo en tanto no frenase la oleada de inmigrantes.
Las chabolas del Zapal llegaron a ocupar más de 42.000 mts./2 , sin que el Ayuntamiento de Vejer pudiera hacer nada para impedirlo. Las protestas por la precaria situación de aquellas "infraviviendas", aunque tímidamente, se dejaron sentir en el pueblo ya a mediados de los años 20, encontrando eco en una publicación quincenal llamada EL HERALDO DE BARBATE, aunque fue necesario un incendio que la justificara, señal de que la situación en el resto del pueblo no debía ser mucho mejor:
...yo he visto a esos hombres, templados al rigor de las tempestades, curtidos por el yodo del mar, tostados por el sol “in misericorde”, llorar como niños al mirar sus modestos hogares de pajas, envueltos en la fulgente cabellera del incendio. Sus dantescas figuras, agrandadas inconmesurablemente por el terrible fenómeno óptico, danzaban como sombras macabras de un aquelarre medieval, alrededor de las llamas flexibles y ondulantes que hacían pasto de las chozas humildes, cebándose en los míseros ajuares...[3].
Este texto fue escrito por el periodista y poeta Miranda de Sardi, quien dirigió dos periódicos en el pueblo, El Heraldo y más tarde LA INDEPENDENCIA DE BARBATE. El hecho de que Miranda, hombre con gran conciencia ante los problemas sociales, no arremetiera más asiduamente contra el chabolismo del Zapal, obedece, como hemos apuntado, a que la situación de Barbate en su conjunto no difería demasiado de lo que ocurría en aquellas chabolas; por otro lado, Miranda y otros barbateños comprometidos veían éste y los demás males del pueblo en la dependencia administrativa que Barbate debía a Vejer: Barbate prácticamente no poseía redes de alcantarillado, no tenía sus calles asfaltadas, ni agua corriente, ni luz eléctrica permanente, ni recogida de basuras, etc., a pesar de que ya a fines de la década de los años 20 era uno de los puertos más importantes de España, y de que su febril actividad diaria generaba una cantidad ingente de desechos que acababan en la vía pública[4].
La ansiada independencia del pueblo llegó en 1938, en plena Guerra Civil, siendo la situación del Zapal, que a lo largo de los años 30 había, si cabe, empeorado, albergando ya a más de 2.500 habitantes, uno los argumentos más firmes para solicitarla, siempre inscrito en un panorama general de miseria:
Las calles sin pavimento alguno, salvo dos excepciones, son en invierno lodazales de un barro pegajoso y mal oliente que en verano se convierten en verdaderas nubes de polvo que el Levante arrastra por todas partes; las basuras, los residuos orgánicos de todas clases, los desperdicios de las fábricas, en plena fermentación, se acumulan en grandes montones fétidos en los parajes más céntricos: las heces fecales se evacuan en plena vía pública, ya que son contadísimos los retretes que existen; las viviendas son muy reducidas, de un solo piso y sin ninguna condición higiénica; y esto, que es general en toda la población, sube de punto en el barrio denominado del Zapal, verdadero aduar marroquí, que contiene una tercera parte de los habitantes de Barbate, apiñados en chozas hediondas, en verdaderas zahúrdas, construidas con los materiales más inverosímiles, con pedazos de madera procedentes de envases de pescado, forradas con trozos de lata, dispersas sin orden ni concierto, sin guardar alineación alguna ni ofrecer tan sólo aspecto de calle; y en esas covachas, no mayores que una pocilga cualquiera de dimensiones normales, se hacinan sus tristes habitantes, sin distinción de sexos ni de edades, en asquerosa promiscuidad con sus cerdos, con sus asnos, y con los numerosos parásitos que les invaden, llevando en el rostro las taras de la degeneración, las costras y pústulas de las afecciones de la piel, y en sus cuerpos la más espantosa suciedad, consecuencia todo ello de un régimen de vida verdaderamente cruel e inhumano...[5].
La segregación del municipio matriz, sin embargo, a pesar de los esfuerzos -se supone- de los distintos alcaldes del Barbate independiente, no supuso la desaparición del barrio del Zapal. Y ello por distintas causas, tanto a nivel nacional como a nivel local. Entre ellas: las condiciones en que quedó España tras la Guerra Civil, la llegada de nuevos inmigrantes a Barbate a las chabolas, la necesidad de otras inversiones igualmente urgentes, etc.
Lo cierto es que El Zapal se mantuvo, llegando quizás a subir de los 3.000 habitantes, sin que, dada las condiciones políticas imperantes, existiesen voces que denunciasen, al menos públicamente, la situación. Allí se puso una pequeña fuente para surtir de agua a sus moradores, la Iglesia levantó una pequeña escuela para dar educación a los cientos de niños que vivían en las chabolas, y entre ellas se instaló una capilla en la que se veneró a la Virgen de Fátima.
Mientras tanto, el resto del pueblo progresaba: alcantarillado, agua potable en las casas, luz eléctrica, recogida de basuras, asfaltado, etc., pero El Zapal seguía siendo el mísero barrio tercermundista de siempre, comenzándose en el pueblo a llamarse despectivamente a sus habitantes con el término de "zapaleños".
No fue hasta los años 70, en que Barbate había pasado de ser un pueblo de inmigrantes a serlo de emigrantes, cuando, en una fase de construcciones generalizadas de viviendas sociales, se acabó de golpe con aquel mísero y vergonzoso barrio, compuesto por más de quinientas chabolas. Su adiós definitivo se produjo en noviembre de 1974, siendo alcalde Diego López Barrera, con el derribo de las últimas chabolas que quedaban, adquiriendo su destrucción un eco en la prensa que contrastaba con la nula repercusión en la misma de su larga vida:
En la tarde del sábado fueron arrasadas las últimas chabolas que restaban en la barriada "El Zapal" de Barbate de Franco, presenciando la demolición, en un ambiente de júbilo popular, el gobernador civil de la provincia, acompañado del alcalde y jefe local, el presidente de la Diputación, el subjefe Provincial del Movimiento, el delegado provincial de la Vivienda y otras personalidades.
En los 42.000 metros cuadrados de la barriada, existían 530 chabolas en las que habitaban en condiciones infrahumanas 2.365 personas. Estas familias viven ya en las nuevas viviendas de las barriadas "Luis Nozal" , "Carrero Blanco" y "San José".Cada una de doscientas. Ha sido un trabajo en equipo, recibiendo el Patronato Municipal de la Vivienda las ayudas precisas para realizar esta gran obra social [6].
Como curiosidad, cierto periodista escribió que con la desaparición del Zapal desaparecía también la mayor reserva gatuna de toda Europa.
[1] Mirabent y Soler, J.: Memoria sobre la fundación y progresos de la Real Isla de la Higuerita. Ed.: José Rodríguez López. Isla Cristina, 1995. Pág. 168.
[2] La Independencia de Barbate, nº 20.
[3] Malia Sánchez, F. y Aragón Fernández, A.: José Miranda de Sardi, periodista y poeta: su papel en la independencia de Barbate. Cuadernos de Estudios de Barbate y su Comarca, 1. Asoc. Círculo de Amigos Barbate-La Janda. San Fernando, 1988. Pág. 128.
[4] Expediente de segregación de las aldeas de Barbate y Zahara de los Atunes del término municipal de Vejer de la Frontera. Cádiz, 1938.
[5] Ibídem.
[6] Hoja del Lunes (Diario de Cádiz). 24 de noviembre de 1974.
LA MAÑANA EN QUE BARBATE FUE BOMBARDEADA
La trascendencia del Consorcio Nacional Almadrabero en la entrada de Regulares durante los primeros días de la Guerra Civil Española
Luis Rossi. Reportaje.
Hay historias interminables, algunas incontables y otras indispensables. Cuando se dan tres de estos factores es obligado desempolvar la vieja Olivetti y al compás de golpes de tinta recordar viejas batallas sin acabar, sin contar, todavía necesarias para entender el pasado de un país desquebrajado. La de ahora se cuenta en detalladas ocasiones, salvando el lugar de donde procede la historia, y menos aún las incógnitas de un suceso que mantuvo en vilo a todo un pueblo.
Corría el año 1936, era agosto. Un grupo de militares había iniciado un golpe al Estado hacia el mes de julio, pero no había acabado de fructificar. La mayoría de las fuerzas armadas del país decidieron, en primera instancia, mantenerse fieles al Estado. En algunas localidades y provincias el apoyo de Falange Española se traducía en escenas bélicas, alzándose como los adalides de la defensa de España. En Cádiz, en los primero tres días suceden conflictos que acaban con el derrocamiento de la alcaldía y la llegada de Ramón de Carranza el 26 de julio. Un Carranza que, según indica el doctor en Historia Santiago Moreno Tello, “semanas antes de la sublevación se encontraba preparándola con Sanjurjo, jefe militar de la misma, en Portugal”.
Las tropas de los Regulares llegadas desde el norte de África comenzaron a expandirse por el sur de la península, con la ayuda de generales y militares organizados en torno a ciertas figuras locales. Parte de la Armada también fue colaborando con los sublevados. Algunos mandos se mantuvieron hasta final de la Guerra Civil, otros sufrieron motines de guerra, con juicios sumarísimos incluidos. Este el caso de dos destructores que formaban parte de la flota española, el ‘Sánchez Barcáiztegui’ y el ‘Churruca’. Este último protagonizó varios episodios que, si bien llenó de terror varias poblaciones gaditanas, incluyendo Cádiz, no causó ninguna víctima, aunque sí llevaba una misión clara, castigar el apoyo a las tropas de Francisco Franco.
Motín a bordo
El ‘Churruca’ era un buque de guerra botado pocos años antes y que sus mandos habían decido apoyar a los sublevados. Transportaba, junto al ‘Ciudad de Algeciras, al primer tabor y al 2º Escuadrón a pie, del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Ceuta nº 3, procedentes de aquella plaza africana, según indica Jesús Núñez en su tesis sobre la Guardia Civil en Cádiz. Esto fue determinante para el devenir de los acontecimientos, “ya que inclinó la balanza de lado sublevado”, según se apunta en la publicación ‘Guerra, Franquismo y Transición’.
El 16 de julio el Churruca que permanecía en Cartagena partió hacia Cádiz en misión oficial de una manera “un poco extraña”, según relata en Estampa Manuel Rubio, uno de los marineros que se hallaban a bordo del acorazado. Una vez en Cádiz partieron hacia Ceuta, donde no entraron hasta la mañana del 17 de julio cuando se produjo una pequeña explosión en el barco. “Esta coyuntura la aprovecharon los oficiales traidores para acercarse a Ceuta”, resalta Rubio, “poco después, empezaron a surgir en los muelles grupos de regulares y de legionarios, que tomaron el barco por suyo”. Reconoce que fue grande la sorpresa y que nadie les había hablado de esa intención de la misión. Según cuenta “los jefes tenían la cara larga y cambiaban miradas significativas. Los moros parecían contentos. Nosotros presentíamos que aquello acabaría mal”.
Partieron hacia Cádiz donde salió a recibirlos “el traidor Varela”, según el marinero, “que estaba radiante. Presenció el desembarco de mercenarios y, al verlos, le dijo al segundo comandante de nuestro barco: Esto marcha mejor de lo que esperábamos... Parece mentira lo pronto que se ha arreglado todo...”.
Por su parte, el rotativo Ahora, recoge que al desembarcar la primera expedición de Regulares, “al darse cuenta de que no eran órdenes del Gobierno, se presentó en Cádiz, conminando con bombardearlos si no se rendían”. “Su tripulación, tan pronto como desembarcaron las tropas y se vieron libres de los soldados mercenarios, han comprendido la vileza de su jefe y le han detenido, reintegrando el buque al servicio y obediencia del Gobierno”, tal y como hacía referencia el rotativo.
En el juicio sumarísimo contra el comandante, Fernando Baneto, y ocho oficiales, celebrado el 21 de agosto del 36 el fiscal calificó los hechos de un delito “de rebelión militar, con las agravantes que en este caso concurren para los profesados”- publicándose así en El Liberal- pidiendo “la pena de muerte”. Junto a estos varios faluchos y pesqueros gaditanos transportaron víveres y militares desde Marruecos, eludiendo en todas ocasiones el control del Gobierno, al ser barcos de almadraberos y pescadores.
La intención era volver a Cádiz, donde había estado ya el Churruca y donde el Cervantes había bombardeado la plaza tras el Golpe. Sin embargo, según se publica en prensa el buque “fue bombardeado por tres hidroaviones nacionales que le causaron importantes averías” y por ello, “se dio inmediatamente a la fuga”.
Consorcio Nacional Almadrabero
Retrocediendo unos años antes, a finales de los años 20, Miguel Primero de Rivera decide realizar una nacionalización de la industria almadrabera que operaba por el sur y levante español. Las empresas gaditanas y onubenses, entonces las más pujantes en el mercado, se agruparon en torno al Consorcio Nacional Almadrabero. Una organización que tenía en sus primeros meses de vida -el 14 de diciembre de 1928 se aprobaron sus estatutos- como consejeros a Ramón de Carranza (presidente), Serafín Romeu, Arsenio Martínez de Campos, Tomás Pérez Romeu, Bartolomé Galiana Vaello y José Vázquez Correa.
Lo que se había realizado era una monopolización del sector en manos de algunos de los oligarcas “más importantes empresarios de la industria del atún, en Huelva y Cádiz”, según señala David Florido-Del Corral en su estudio ‘Las almadrabas andaluzas bajo el Consorcio Nacional Almadrabero’.
Las huelgas se fueron sucediendo tanto en la etapa de la dictadura de Primo de Rivera como con la posterior llegada de la República. Amén de las condiciones económicas, la llegada de mano de obra barata y extranjera hizo estallar por los aires las redes de los copos almadraberos. “Entre los opositores al Consorcio estaban los movimientos sindicales que se desarrollaron con la República”, destaca Florido, indicando que la UGT intentó convertir sin éxito “el pósito de pescadores –anteriores a las cofradías de pescadores- en una asociación sindical, desvinculada del Instituto Social de la Marina”. Dándose estos casos en almadrabas como las de Sancti Petri, Rota o Conil. El clima era tenso y se sucedían los conflictos, mientras se redactaban las Bases del Trabajo con José León de Carranza.
En la misma desembocadura del río Barbate se hallaban las fábricas del CNA, propiedad de Serafín Romeu, conde de Barbate. Un empresario, aristócrata y político que había heredado de su padre la industria almadrabera, y que en los últimos años, según el historiador local Antonio Aragón, “modernizó las fábricas y triplicó su producción”.
A la zona de la Chanca llegaban los atunes capturados, se procedía al ronqueo y a su posterior proceso de conservación (con fábrica de latas, tinajas de aceite, etc.), según recoge el Diario de Cádiz tras una visita al lugar por parte de grandes autoridades como Niceto Alcalá Zamora o el general Sanjurjo (en agosto de 1922). También visitaron las instalaciones contiguas a la fábrica, la residencia de verano del propio conde y que fue erigida en 1917.
Represalias del Churruca
En la mañana del 26 de agosto de 1936 los más cien metros de eslora se disponían a atacar poblaciones del litoral gaditano. Tanto Vejer de la Frontera como las aldeas de Zahara de los Atunes y Barbate habían depuesto a los alcaldes y pedáneos democráticamente elegidos en abril de ese mismo año, por miembros afines a la Falange.
Aquella mañana el Churruca dispensó, según las fuentes orales, “81 cañonazos hacia las fábricas almadraberas”, destrozando parte de la fachada que daba a la playa y destruyendo una de las chimeneas.
La población huyó despavorida, enterados antes de lo que se venía, hacia varios lugares, principalmente hacia Vejer, por carretera; al pinar de la Breña –al conocido como Hoyo de los Palancones- caminando; o antes de llegar a la Barca de Vejer (El Bañaero). Allí se refugiaron mientras duraba el ataque, quedando la aldea prácticamente vacía.
La publicación ‘El bombardeo del Churruca’ de Francisco Malia, Fernando Rivera y Juan Daza recopila una serie de comentarios recabados a personas que vivieron in situ el suceso. Todos coinciden en lo esencial, que fueron avisados, que el bombardeo destruyó parte de la fábrica del Consorcio y que no hubo víctimas.
Esto refuerza la teoría de historiadores como Santiago Moreno que sostienen que este ataque fue “un castigo del Estado contra los que habían apoyado la sublevación”, explicándose esto porque “el ataque no era civil, no se dañó a ninguna vivienda, ni siquiera la contigua propiedad del conde de Barbate”. De hecho, el chalé del conde de Barbate (su residencia veraniega) no llegó a ser bombardeado en ningún momento, manteniéndose intacto.
JJ Benítez y el no milagro
El periodista y escritor Juan José Benítez, en una serie de artículos publicados en Diario de Cádiz bajo el título de ‘Al filo del misterio’, dejaba constancia de este asunto. “No hubo milagro en el bombardeo de Churruca en Barbate, en 1936”, señalaba en el titular lo que luego desarrollaba, que no se trataba de un capricho divino, sino de uno de una consecuencia del propio capitán. Tras el motín de abordo y el inicio del juicio contra el anterior capitán, el mando del destructor que seguía las órdenes del gobierno de la República, lo tomó Luis Núñez de Castro.
Benítez cuenta en el artículo que tras una conversación casual con este marino, muchos años después del suceso, le relató que el barco “había zarpado de Málaga en una misión de castigo sobre aquellas poblaciones que, directa o indirectamente, había hecho posible el paso del llamado ‘Convoy de la Victoria’ y Barbate, al igual que Tarifa, estaba en la lista”. Sigue el relato del propio capitán –contado por el periodista- indicado que al situarse frente a la población se propuso “utilizar algún truco, alguna triquiñuela, para evitar la masacre. No era justo matar inocentes”.
Por ello, el capitán Núñez de Castro, “se fijó en la alta chimenea de la fábrica de salazón y desafió a los cabos especialistas, encargados de los cañones, apostando a que no eran capaces de acertarle”. “A decir verdad, ninguno de los tripulantes del barco sabíamos que aquello era una importante fábrica de salazón”, añade el antiguo comandante del Churruca.
Tiempo más tarde, sobre este mismo artículo, el investigador local Malia Sánchez remite una carta al propio capitán, para que le explicara si realmente no recibió órdenes de bombardear la fábrica, según los comentarios que había recopilado con fuentes orales. El propio Núñez de Castro reconoció no acordarse de tal orden pero suponía “que la que recibió a bordo el Comité del barco era bombardear objetivos de Tarifa y Barbate (…) y el objetivo era naturalmente la fábrica y el puerto, no la iglesia, la casa del cura y del alcalde”.
No obstante, observándose las fotografías que dan fe de aquellos disparos, de las dos chimeneas solo una, la más pequeña, fue acertada. Esto supone, a tenor de lo que narra el capitán, que los artilleros tenían mala puntería o que “la triquiñuela no fue tal”.
Otros motivos del bombardeo
Al hilo de las posibles causas, según mantiene Aragón en su publicación digital sobre la vida y obra de Serafín Romeu, “los dirigentes del Consorcio, a través de Arsenio Martínez Campos, cedieron a los golpistas dos faluchos propios con el objeto de ayudar a las tropas a atravesar el Estrecho”. Se trataba de una contribución “que logró pasar a unos 150 hombres, pero decisiva, como se vio en Tarifa”.
En ‘El bombardeo del Churruca’ se hace mención a este acontecimiento, incluyendo que se trataba de faluchos que partieron de las almadrabas de Gallineras y Sancti Petri, ‘Nuestra Señora del Pilar’ y ‘Pitucas’, respectivamente. Entre los embarcados estaban, como apunta Eduardo Julia Téllez -en su libro Historia del Movimiento Liberador de España en la Provincia Gaditana-, “Manuel Mora Figueroa como teniente de navío”, así como los hermanos Carlos y Manuel Romero Abreu, Juan Arcusa y Francisco Martínez de Toledo.
No fue ésta la única vinculación demostrable entre el CNA y los sublevados, ya que en septiembre de 1936 el periódico El Sol publica una noticia sobre un registro realizado en el despacho del Consorcio en Madrid, propiedad del Conde Barbate, Serafín Romeu. Se encontró “abundante correspondencia relacionada con el movimiento faccioso sostenida entre estos aristócratas y los capitanes de la Marina mercante”. Por otro lado se hacía referencia al hallazgo de “uno de los mejores ficheros relacionados con el movimiento, en el que figuran personas civiles y militares”.
Con estas bases a principios de octubre de 1936 el Gobierno de la República ordenó la incautación del Consorcio Nacional Almadrabero, como así se publicaba en La Libertad. Días después se dejaba constancia en El Cantábrico de los motivos de tal decreto, haciendo referencia a “la partición manifiesta que en la rebelión militar fascista han tomado los elementos más destacados del Consorcio”. Así, el Estado dejaba rescindido el CNA e incautaba “almadrabas, pesqueros, fábricas, chancas de salazón, secaderos, depósitos, varaderos (…) en suma, de cuantos elementos de riqueza formen parte de la Sociedad en España o en el extranjero”.
¿Aviones sublevados?
Las fuentes orales han contado tradicionalmente que el Churruca lanzó hasta 81 cañonazos sobre la fábrica del Consorcio. Como la población huyó, muchos no hablan de la supuesta presencia de más elementos en la escena, solo el destructor vía marítima. Sin embargo, en el Diario de Córdoba, días después del suceso, se da constancia del hecho destacando la actuación de la “aviación nacionalista”: “otra acción (…) ha sido el bombardeo de un submarino pirata que se acercó a Barbate para robar las existencias de una fábrica de conservas”. Según sigue la noticia, el “submarino” salió huyendo sin “conseguir su objetivo”.
También en el periódico La Prensa aparece ese mismo sábado la noticia del bombardeo del Churruca de una manera más evidente. “Un submarino rojo intentó bombardear el pueblecito de Barbate”, según se expresa el rotativo, “pero advertidos los aviones del Ejército y conociendo que se querían apoderar, salieron en persecución de aquél, que huyó”.
Con este planteamiento, dos suposiciones se ciernen sobre el acontecimiento: la presencia de la aviación y otro submarino. Aunque la publicación de las noticias son tres días posteriores al hecho –está dentro de los tiempos propios para la publicación de noticias en la época- pudiera ser que hubiera un segundo intento de ir contra el Consorcio o bien se trata del mismo caso –lo más probable- pero con la novedad de la aviación.
El barbateño Fernando Rivera cuenta que su padre le hablaba de este suceso y narra que “cuando mi padre dejó de escuchar cañonazos se volvió a su casa, pero de pronto empezó a oír unos cuantos más”. Aquí se abre la posibilidad de que fueran las citadas avionetas las responsables, aunque Rivera reconoce que nadie le habló nunca de aviones.
Barbate no fue “tocado” más durante la Guerra Civil, de hecho, el 11 de marzo de 1938, se firmó el expediente de Segregación de Barbate de Vejer, constituyéndose como municipio independiente. Hoy se recuerdan en el pueblo las bombas del Churruca y la metralla sigue como un fósil del tiempo en la fachada de lo que queda de las fábricas del Consorcio. Suerte dispar corre el chalé contiguo, que si bien fue capaz de aguantar el bombardeo sin daño alguno, no ha podido resistir el bombardeo del tiempo, permaneciendo actualmente en un estado ruinoso con sus más de cien años de vida.
Los ‘churruquitas’
A modo anecdótico, según se conoce por tradición oral y está registrado en publicaciones como ‘El habla de Barbate’, la generación que nació nueves meses después del susto del destructor, se les empezaron a conocer como los “churruquitas”. Así lo reivindicaba el periodista y escritor isleño Manuel Barrios en un artículo de opinión publicado en el 17 de octubre del 2000, “a los nueves meses del sucesos nacieron en Barbate más niños de los habituales”, matizando con cierto tono jocoso, “al parecer concebidos de contrabando a la sombra de los pinos”.