BAESIPPO, LA BÚSQUEDA CONTINÚA

 Antonio Aragón Fernández

 

Mencionada la ciudad de Baesippo por autores importantes de la Antigüedad, puede decirse que, durante mucho tiempo, la mayor parte de lo que se escribió sobre Baesippo correspondía a conjeturas sobre su ubicación, relacionándose con la desembocadura del río Barbate en contadas ocasiones. Los diversos autores, casi sin excepciones, partían de los testimonios antiguos aún desconociendo personalmente la zona sobre la que conjeturaban. Eran simples estudios de gabinete y, en función de lo que conocían, Baesippo iba cambiando de un lugar a otro.

Testimonios del siglo XVII

El primer testimonio de la era moderna que relaciona la desembocadura del río Barbate con la historia antigua aparece en los inicios del siglo XVII y corresponde al padre Juan de Mariana. Escribe éste que el primer rey de España, Gerión, murió a manos de Osiris, el primer rey de Egipto: “dióse, según dicen la batalla que fue muy herida, en los campos de Tarifa junto al estrecho de Gibraltar, con grande coraje y no menos peligro de cada cual de las partes. La victoria y el campo, muertos y destruidos los españoles, quedó por los egipcios; el mismo Gerion murió en la batalla; su cuerpo, por mandado del vencedor, sepultaron en lo postrero de la boca del Estrecho, en el lugar donde al presente se ve el pueblo dicho Barbate; allí se le hizo el túmulo”. Mas tarde, muda la opinión, diciendo que fue enterrado junto al Río San Pedro, en Sancti Petri, referencia que tomará Fray Jerónimo de la Concepción a fines de aquel siglo XVII, quizá por ser más cercana a su propósito de enaltecer la historia de la ciudad de Cádiz.

Deudor Fray Jerónimo de Mariana, todo apunta a que éste interpreta un pasaje de Apolodoro sobre la muerte de Gerión a manos de Hércules u Osiris junto al río Artemunte, que para Mariana sería o bien el río Barbate, o bien el río San Pedro.

Pero si el padre Mariana no menciona para nada a Baesippo, sí lo hace fray Jerónimo, situando esta ciudad en Chiclana. Para el fraile, el río Barbate se llamaría entonces Belona como ya había afirmado Macario Fariñas.

Macario Fariñas, presbítero de Ronda, escribe en 1660 un opúsculo titulado “Tratado de las Marinas desde Málaga a Cádiz y algunos lugares sus vecinos según fueron en los siglos antiguos”. Este trabajo puede considerarse que abre la puerta a la especulación sobre el emplazamiento de las ciudades del Estrecho citadas en la Antigüedad. Parte el autor de las distancias expresadas por los autores antiguos y se preocupa de visitar personalmente cada lugar de la costa que, según su criterio, pueda albergar restos arqueológicos. A partir de las referencias espaciales, Fariñas infiere que Besipo está situada en la zona de Caños de Meca, mientras que, reconociendo la desembocadura del Barbate, e incluso dando fe de una inscripción romana, piensa que lo que aquí existe es la ciudad de Baelo.

Fue Fariñas el primero y único que, en dos siglos, afirmó contundentemente la existencia de una ciudad romana en la desembocadura del río Barbate, pues a partir de él, salvo algún testimonio que transcribe casi literalmente lo reflejado por este presbítero, la ubicación de la ciudad es objeto de numerosas conjeturas, sin que ningún erudito -que sepamos- se persone en el lugar para comprobar de visu qué restos pueden observarse sobre el terreno.

Testimonios del siglo XVIII

La descripción de Fariñas tuvo tal éxito que aún se la utilizaba más de una centuria más tarde. López de Ayala, en su Historia de Gibraltar, publicada en 1782, sostiene que Besipo se hallaba a la boca del río Barbate. No obstante diferir de Fariñas (que como hemos dicho pensaba que la ciudad era Bolonia), se limita a copiar lo que escribe éste sobre el lugar: “….donde se han encontrado losas con inscripciones” y “se muestran edificios arruinados cuya mezcla arguye que fueron romanos”. Añade que “el promontorio de Juno corresponde al sitio que llaman de Meca, donde se conservan señales de población, torre antiquísima, i un arrecife que conduce a otros pueblos, i allí mismo es el cabo de Trafalgar”.

¿Visitó López de Ayala la desembocadura del Barbate, o se limitó a seguir al pie de la letra el texto de Fariñas? Por lo que describe, parece que efectivamente se limitó a copiar al autor rondeño. De todas formas, la pregunta no es baladí. Pues si López de Ayala visitó el terreno en persona esto significa que aún, a la altura de 1782, existen ruinas de edificios antiguos visibles en Barbate, con lo cual cabe la posibilidad –en un siglo en que se multiplican los viajes por el puro deseo de conocer- de que aparezcan otros textos de visitantes del lugar que hoy desconocemos, y que nos describan, quizá más pormenorizadamente, lo que pudieron hallar en estos parajes.

Testimonios del siglo XIX

Pero, por ahora, no tenemos otro testimonio digno de consideración hasta Agustín Ceán Bermúdez, quien en el “Sumario de las Antigüedades Romanas que hay en España”, publicado en 1832, afirma que los vestigios de la ciudad de Baesippo se encuentran en la Torre y Caños de Meca, donde se pueden ver “las ruinas de una torre romana, á la cual se dirigía un arrecife desde otro despoblado que ahora llaman Patria, donde también hay ruinas romanas, y dista seis mil pasos de este de Meca”. Para Ceán, Baesippo es “un antiguo pueblo estipendiario de la región de los túrdulos bástulos”; también la octava mansión de la vía militar que iba por la costa desde Málaga á Cádiz, y la primera de la que partía de esta ciudad para la de Córdoba por Antequera.

Un autor que introduce un matiz novedoso en un intento de interpretar correctamente los textos antiguos es Miguel Cortés López, quien en su Diccionario geográfico-histórico de la España antigua, tomo II, publicado en 1836, distingue entre Besipo Civitas y Baesippo Portus, siendo el primero en apuntar esta distinción. De la primera dice:

“Apenas hay geógrafo de la antigüedad que no haya hecho mención de esta ciudad, que estaba al salir del Estrecho de Gibraltar para el Atlántico al oriente del promontorio de Juno, ó cabo de Trafalgar. Allí nos la menciona Pomponio Mela, Plinio y Tolomeo, que la colocan en la región de los turdetanos, y no de los turdulos bástulos, como equivocadamente afirmó Cean en su Sumario pág. 246, que no se han oído jamás. Menciónala también el Itinerario en el camino que iba desde Málaga a Cádiz al occidente de Belon, pero no en el que salía de Cádiz á Córdoba, como con otra equivocación dijo Cean, confundiendo sin duda á Besipo con Basilipo. Mencionóla también el Ravenate, y todos la sitúan antes de llegar al cabo de Trafalgar; por consiguiente está muy bien asentada su reducción á los caños de Meca.”

En cuanto a Baesippo Portus, escribe Cortés López:

“Como vemos que Tolomeo mencionó á la ciudad de  Baesippo un poco apartada de la costa, y la contó entre las mediterráneas de la Turdetania, y Plinio nos menciona el puerto de Baesippo (…), debemos inferir, que así como la ciudad Brigantium tenía una población distinta, que era puerto suyo, y Juliobriga tenía a larga distancia el puerto Juliobrigense, así Baesippo, ciudad un poco apartada del mar, tenía á la orilla de las aguas y junto al cabo de Trafalgar un puerto para su comercio que tenía su mismo nombre, que Juan Conduit colocó en un sitio llamado aguas negras. Pero la situación más exacta y conforme á los datos geográficos es la de la Torre de Meca, un poco al oriente de dicho cabo. Acaso Besippo se pronunció Mesipo y Mesico, y de aquí le quedó el nombre á la Torre Mesica ó de Meca.”.

Consecuentemente, Cortés no nos deja claro el lugar exacto, puesto que no sabemos qué entendía exactamente por Torre de Meca. Desde luego no llama así a la que lo fue tradicionalmente, esto es, la torre que se halla en el cabo, pues dice que Torre de Meca está “un poco al oriente”. Parece referirse entonces a la actual Torre de Meca, en los llamados Altos de Meca, donde se supone que ubica la ciudad de Baesippo.

El mismo Cortés afina un poco más en el tomo I de su obra, en el que, traduciendo a Plinio, señala en una anotación a pie de página: “la ciudad de Baesipo era donde Caños de Meca, y tenía puerto cognomine junto al cabo Trafalgar á su oriente”, mientras que en esta ocasión nos dice que el pueblo de Vejer era el nombrado en las fuentes como Besaro, opinión esta que sostendrá también, en nuestros días, Antonio Muñoz en su Historia de Vejer.

Las conclusiones sacadas por Cortés parecieron convencer a Madoz, quien en su conocido diccionario, publicado en 1845, traslada las mismas a las voces de Baesippo y Baesippo Portus.

El historiador gaditano Adolfo de Castro, en 1858, vuelve a repetir el viejo argumento:

“El cabo de Trafalgar se llamaba Promontorio de Juno, y en él había un templo dedicado á esta diosa. En las ruinas que parecen dentro del mar cerca de los altos de Meca, debió ser la ciudad de Bessippo, donde estuvo el puerto del mismo nombre. El río Barbate, llamado así de los árabes, era el río Belona; y más adelante en el sitio hoy conocido por de Bolonia una ciudad de aquel nombre”.

Apenas un año después de la publicación del texto de Adolfo de Castro, un hecho vendrá a cuestionar sus afirmaciones y también todas las anteriores, de modo que a partir de él se produce un cambio significativo en los estudiosos que intentan ubicar el lugar exacto de Baesippo. Se trata sin duda de la información más reveladora sobre los restos antiguos que aún pervivían en la desembocadura del Barbate a la altura de 1859, y viene de la mano de un sacerdote, el padre Guerrero, a la sazón párroco de la iglesia de San Paulino. La noticia se consideró de calado en la época, pues ocupa una columna en un diario local de Jerez, y luego vuelve a hacerlo en Madrid, donde se la copia literalmente en el rotativo Las Novedades, dirigido por Ángel Fernández de los Ríos. Dado lo interesante y esclarecedor del artículo, lo describimos literalmente: 

“El cura párroco de Barbate, aldea de 80 vecinos en la provincia de Cádiz, partido de Veger de la Frontera, a orillas del mar y embocadura del Estrecho de Gibraltar, ha descubierto, en el periodo de año y medio, sobre 1.000 sepulcros, la mayor parte formados de piedras labradas y abovedados, otros cubiertos de grandes losas de mármol y otros de ladrillos de dimensiones colosales, infinidad de ánforas de barro, concluyendo todas en figura piramidal, y conteniendo cada una el esqueleto de un niño: siendo lo más notable que la circunferencia de las bocas tienen por lo regular sobre cinco pulgadas; y las calaveras halladas dentro son mucho mayores.

>>Estos sepulcros deben datar del tiempo de los fenicios: en ellos y fuera de ellos se han hallado monedas de Hércules, de Gerión, de Tubal, de Rómulo y Remo, de Constantino, de Tiberio, y otras muchas de varias épocas. Debió ser una inmensa población, pues el perímetro de sus ruinas coge 10 kilómetros aproximadamente, formando su fortificación militar la figura de un anfiteatro, concluyendo en un castillo casi dentro del mar, cuyos formidables torreones desafían las embravecidas olas del furioso elemento: dicho monumento de la antigüedad se llama Castillo de Santiago, cuna de la esclarecida orden de los caballeros del mismo nombre, por ser éste el que se dice edificó Hércules, y en donde desembarcó el santo Patrón, según aseguran algunos historiadores. Hoy amenazan desplomarse los dos torreones que aún quedan de su antigua opulencia.

>>Entre los fragmentos de esta población hánse encontrado ricos mármoles, jaspes, mosaicos, estatuas, ídolos, tumbagas de oro y de metales, pendientes, puños de dagas, de armas, restos de armaduras, columnas, edificios suntuosos a una inmensa profundidad, llamando la atención, que en todas partes se hallan restos humanos, siendo el más notable uno, cuyo esqueleto tenia dos varas y media.

>>Otro de los descubrimientos curiosos es sin disputa las ruinas de un templo que levantó Hércules, según se dice, a la diosa Juno, hoy llamado las piedras del tío Gregorio; todavía se distinguen, en débiles restos, efigies y columnas.

>>A muy corta distancia hállase también el sepulcro del Rey Gerión, muerto en la batalla que le presentó el Rey Osiris en estos campos tartesinos, año 1716 antes de Jesucristo; y unidos a este, otros tres de sus hijos los tres Reyes Geriones, muertos por Hércules, al frente de ambos ejércitos, en reto particular: todos estos sepulcros están labrados en piedra viva, en una punta que entra en el mar.

>>Convienen estas noticias con las que en la Historia de España da el padre Mariana, habiéndose hallado monedas de la Reina y diosa Isis, madre de Osiris, con las espigas en la mano, siendo este, según parece, el primero en España que sembró el trigo.

>>En unas armas que existen encima de la puerta de la iglesia, hay un rotulo que dice: a Los leones damos gritos que se unen los hidalgos al Solar de Garabitos. Dicha iglesia fué fundada por D. Enrique IV, Duque de Medina-Sidonia, año 1.500, en conmemoración de San Paulino, cuyo cuerpo se halló en una cueva, habiendo venido a predicar la fé a aquellas playas, siglo IV”.

Parece que fue esta noticia la que llevó a interesarse en las ruinas de Barbate a más de un curioso de la Antigüedad, aunque es evidente que debido al celo del padre Guerrero –adecuado a la época- muchas de aquellas tumbas se quedaron sin contenido, y otras que aún permanecían enterradas acabaron por perder gran parte de su información. Desde luego, es bastante probable que la mayor parte de las tumbas hubiesen sido saqueadas a lo largo de los más de quince siglos de existencia de la necrópolis.

 La noticia propagada por el padre Guerrero, primero en Jerez y luego en Madrid, despertó el interés del joven alemán Emil Hübner quien, en el año en que el párroco publica su noticia sobre Barbate, presentaba su tesis sobre la historia de Roma. Comisionado por el gobierno prusiano para trabajar en el Corpus Inscriptionum Latinarum, esto es, las inscripciones romanas de las que se tenía noticia en toda Europa, a partir de 1860 visita España regularmente, permaneciendo largos periodos de tiempo en la península, y entablando amistad con diversos investigadores y estudios hispanos. Además, entra en contacto con la Real Academia de Historia y colabora activamente en la creación del Museo Arqueológico Nacional, ubicado actualmente en Madrid.

Iniciado el Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL) en 1847, el volumen segundo, encomendado a Hübner, se dedicó a la epigrafía romana en España bajo el título de Inscriptiones Hispaniae Latinae.  Sabemos que Hübner, dentro de su periplo español,  estuvo en Sevilla, pero no parece que llegase a visitar las costas del Estrecho. Sin embargo,  nos proporciona noticias que no se hallan en el artículo del padre Guerrero y que salen directamente de estudiosos andaluces, como Emanuel Llull o Bonaventura Hernández, reflejando el erudito alemán, a partir de las referencias conocidas, la existencia en el lugar de Barbate de una ciudad, piletas de salazón y restos de un templo -parte del cual está excavado en una roca- que el considera romano, además de hacerse eco del testimonio de otos restos de construcciones bajo las aguas, de monedas y, cómo no, de inscripciones halladas en la desembocadura del río Barbate.

Curiosamente, un documento indirecto como el de Hübner sería el que más hondamente calara en la historiografía del siglo XX, quizá en virtud del prestigio del investigador alemán y de la gran difusión alcanzada por sus obras sobre la Hispania romana.

Siglo XX

Los testimonios siguen sucediéndose sin que ningún investigador, que sepamos, recale en el pueblo para comprobar in situ la importancia del yacimiento. De esta forma, se pierden una serie de años esenciales para la investigación, puesto que el pueblo iba creciendo poco a poco a costa de todos los restos que le habían antecedido, sufriendo la expoliación continua de personas que querían sacar el jornal, cuando no excavaciones de curiosos como el propio padre Guerrero o algún que otro residente en la aldea.

De resultas de las noticias publicadas por Hübner y algunas descripciones desperdigadas, en 1919, Jorge Bonsor, en el marco de sus campañas de excavación en Bolonia e interesado por las ciudades del Fretum Herculeum, sobre las que había ya editado un trabajo, “Les Villes antiques du détroit de Gibraltar”, se traslada hasta la desembocadura del río Barbate, donde él estimaba se hallaba Baesippo, a fin de localizar los restos de la ciudad.  De la falta de comentarios sobre lo hallado, se deduce que aquella visita resultó totalmente infructuosa.

En consecuencia, siguieron usándose las referencias de Hübner a la ubicación de Baesippo junto al antiguo castillo de Santiago (a más de un kilómetro al oeste de la desembocadura del río), y estas fueron usadas por García Bellido en sus trabajos sobre la Historia Antigua de la Península y, a través del mismo, por distintos historiadores.

Hacia 1950, se realizaron las obras de cimentación de un banco en las inmediaciones del casco histórico. Al profundizar sobre el terreno se descubrieron columnas, una basa y una escultura. También una gran oquedad que daba, al parecer, a un recinto bajo tierra. Todo, excepto la basa, se perdió o cubrió inmediatamente. No obstante, el hallazgo dio pie a que los barbateños creyesen en la existencia en el lugar de algo más que un cementerio antiguo, y comenzó a darse crédito al aserto de los viejos del lugar que afirmaban que “debajo de Barbate hay otro Barbate”.

Las primeras aportaciones de autores barbateños aparecen en la década de 1970, aunque ya a principios de los años 30 se había anunciado en el periódico local “La Independencia de Barbate”, y bajo el título “Barbate legendario e histórico”, un trabajo que nunca se editó y que presumiblemente, dada la preparación intelectual de quien lo firmaba, el chipionero José Miranda de Sardi, podía haber recogido y e interpretado algún testimonio de primera mano pues, además, estaba previsto que arrancara su exposición desde la prehistoria.

En los años 80, los trabajos de Ana María Carrera, Jesús Galán y Juan Romero, describen por vez primera de una manera sistemática los restos que se han venido descubriendo en Barbate en el último medio siglo. Además, en 1988, Alberto Bernabé Salgueiro realiza la Carta Arqueológica del término municipal de Barbate, la cual ha publicado recientemente.

En 2003, se excava por vez primera una factoría de salazones en Barbate, en un lugar alejado de las que señalara Hübner siglo y medio antes, y entre 2003 y 2004 parte de la necrópolis romana. Éste último año, el Ayuntamiento aprueba un reglamento para proteger los restos arqueológicos de Barbate, el cual permite constatar la existencia de una factoría amplia en una zona determinada con distintas fases históricas. El hallazgo fortuito de huesos humanos correspondientes al primer siglo de la Era Cristiana en una zona próxima a las piletas testimoniadas por Hübner, abre aún más el abanico a la especulación sobre la existencia de una ciudad romana en la desembocadura del río Barbate, una ciudad cuya existencia alberga pocas dudas, por más que pueda discutirse la denominación que pudo tener.

Las tesis aparecidas últimamente, en especial la sostenida por Enrique García y Mercedes Oria, que dudan de la equivalencia exacta Baesippo-Barbate, vienen a reavivar un debate que lleva siglos latente entre los amantes de la historia de nuestro pueblo.